En España, la situación dista mucho de la americana: la legislación no permite cambiar de apellido o de nombre al casarse. El peso simbólico de la herencia familiar cae sobre los hijos, al decidir cuál va primero. Mientras en Portugal y Brasil anteceden el apellido materno, aquí la tradición es claramente paternalista. En 1999 se posibilitó poder invertir el orden si los padres estaban de acuerdo, pero si ninguno de los padres dice nada al llegar al registro, el apellido del padre es el que vale. Eso sí, si no hay pacto entre los progenitores, el funcionario de turno decide. “En el 98 por ciento de los casos se llega a un acuerdo, en pocas ocasiones hay disputas serias”, apunta Julia Clavero, abogada de familia y socia del despacho Aba Abogadas.