Los peregrinos que emprenden el Camino de Santiago, como nos ocurre muchas veces en la vida, tienen clara su meta. Saben cuál es el lugar al que quieren llegar. Sin embargo, cada uno comienza su camino desde un origen distinto, eligiendo también senderos diferentes para recorrerlo.
En las primeras etapas del viaje nuestros pasos están cargados de energía y nos encontramos llenos de optimismo e ilusión. No obstante, pronto caemos en la cuenta de que no todas las etapas son iguales. Algunas transitan por senderos anchos, llanos e, incluso, cuesta abajo. Otras, en cambio, nos obligan a caminar por estrechas sendas, terrenos escarpados y abruptas pendientes.
Aunque en un primer momento desearíamos que todas las jornadas fuesen como las primeras, vamos cayendo en la cuenta de que, más tarde o más temprano, debemos enfrentar ambas para llegar a nuestro destino. De hecho, aprendemos que las etapas más duras son aquellas que ponen a prueba nuestras capacidades y nos exigen dar lo mejor de nosotros mismos para superarlas. Más aún, en esas situaciones difíciles es cuando descubrimos que el camino no lo recorremos solos y que son muchos los que, cuando tropezamos, están ahí para ayudarnos. Y, aunque muchas veces esa ayuda, igual que en el Camino de Santiago, pueda parecer pequeña -como una tirita o un poco de agua- su valor es realmente grande: significa que una persona está dispuesta a acompañarte cuando lo necesitas, incluso a veces sin conocerte. Son ellos los que nos dan el ánimo necesario para no rendirnos y seguir hacia adelante.
Al terminar cada jornada, buscamos el descanso y el calor de un hogar. En ellos, más que una cama o un plato de comida, encontramos dos cosas fundamentales. Por un lado, el consejo y la experiencia de quienes han hecho el mismo camino que hoy andamos nosotros, las cuales nos sirven de guía para la siguiente etapa. Por otro, el momento en el que recordar lo visto y lo vivido durante el día, en el que detenernos a reflexionar sobre lo que, durante la marcha, pasamos de largo.
Y es que, muchas veces, mirando únicamente hacia la meta, perdemos de vista lo verdaderamente importante: el camino hacia ella.