Desde niña, mi madre siempre repetía una y otra vez las mismas palabras mientras me peinaba por las mañanas delante del espejo: ‘‘Clara, cuida mucho a tus amigas. Son y serán siempre tu mayor tesoro’’. Acto seguido me daba un beso y me regalaba esa sonrisa de madre que tanta seguridad transmite. Cuánta razón, mami, cuánta razón. Y cuánto echo de menos esos besos mañaneros.
De repente, aparece. ¡Sorpresa! Así, sin más, sin avisar. Y desde entonces, ya no imaginas tu vida sin ella. ¿Cómo es posible reunir tanto amor incondicional, tantas ganas de dar sin recibir, de apostar, de cuidar, de vivir, de compartir? Tiene algo que engancha. Te atrapa, te abraza y te regala su tiempo para siempre.
¿Recuerdas? Bailes de fin de curso, meriendas y disfraces, miradas inocentes, excursiones al sol, fiestas de cumpleaños, paseos por la playa, pareos y bañadores de colores, listas de deseos, noches de luna llena, trenes con destino Madrid, comidas interminables y sobremesas con un toque de sur, fotografías que hablan solas, silencios llenos de complicidad. Ataques de risa. Y viajes, muchos viajes.
Puede que fuera tu compañera de pupitre, la que te apretaba la mano en la fila del comedor. La que se subía a un escenario con falda de volantes, lunares y flores en el pelo. La que te recogía de casa cada día en una Vespa azul. Tal vez os tropezasteis en un Colegio Mayor en esa que llaman ‘‘la mejor época de la vida’’. O en el aula magna de alguna Facultad de Derecho. ¿Un verano en el extranjero? ¡Cuidado! Quizás la tienes sentada justo detrás en el trabajo.
Sin duda, nunca falla. Está lejos y a la vez te pisa los talones –no creía en el teletransporte hasta que la conocí–. Hace pequeños los problemas y aconseja mejor que cualquiera. También sabe cuando es mejor no decir nada y escuchar una buena canción, o tomar un café sin prisas. ¿Su armario? Tu armario. Te hace sentir especial, importante, única.
Frena, respira y cuenta hasta diez como me has enseñado; tu fan número uno tiene algo que decirte: estoy aquí. Porque sí, porque me acuerdo de ti a todas horas, porque lo has dado todo por mi. Por esperar siempre en la meta. Por cambiar mi vida y hacerme ver el lado bueno de las cosas. Por cocinar para dos. Por secar alguna lágrima mientras inventas una excusa para que toque un poco la guitarra. Por tanta ilusión.
Estoy aquí, amiga. Y no pienso soltarte.