Recuerdo como si fuera ayer (ojalá fuera ayer, por aquello de quitarme años ), cuando finalicé el Instituto. Tenía que elegir carrera, cosa que fue sencilla, desde bien pequeña lo tenía claro, yo iba a ser abogada.
Al llegar a la Universidad (mi adorada Carlos III) además de conocer a gente con la que compartir aquellos años, cuyo cariño y amistad aún mantengo, conocí al que sería mi compañero de fatigas durante largos años, el Derecho.
Al finalizar mi etapa universitaria, tenía ganas de comerme el mundo. Casi de inmediato comencé mi andadura profesional en ABA Abogadas fue todo un reto para mí. El aprender de grandes profesionales, la atención al público, los primeros juicios (esos que te hacen romper la barrera de la vergüenza, del miedo a hablar en público que me había impedido hacer exámenes orales durante la época estudiantil) trabajar bajo presión con plazos preestablecidos, pan comido.
¿Por qué digo “pan comido”? Nada te prepara para el momento en el que eres madre. Adiós planificación, tiempo libre, vida propia, pero bueno, todo compensa. Lo peor de todo son los engaños de tu entorno. ¿Por qué nadie habla de los parques de bolas? ¿por qué no te avisan antes de decidir lanzarte a la maternidad de que esos lugares existen? No son un mito como los unicornios.
¿Habéis ido alguna vez? Oh my God! Ningún juicio encarnizado es peor, decenas de niños gritando en un lugar donde el eco amplía los decibelios, todos sudados, todos quieren agua, todos quieren pis. Conseguir llegar a tu hijo es mas complicado que el que te dejen mas de 5 minutos de conclusiones en un juicio…
En ese momento piensas, ¿qué momento de mi vida me ha hecho llegar aquí? Pero bueno, luego llegas a casa, tu hijo cae en coma profundo del agotamiento y piensa: qué bien se lo ha pasado y mando mis peores deseos a los inventores de los parques de bolas.
Amén.