Buena palabra; suena bien.
Más que sonar, resuena. Resuena como un eco no sé si en el cerebro, en el estómago o en el corazón, pero, en todo caso, en lo íntimo de cada uno.
¡Y qué distinto va siendo este eco a lo largo del tiempo! Recuerdo con nitidez algunos episodios de mis vacaciones primero infantiles, luego como adolescente, luego estrenando mi mayoría de edad y mi independencia… Luego, luego, luego… Han pasado años y vacaciones, y cada año, en cada época de mi vida, mis vacaciones han ido siendo distintas. Y cada año, cuando llega la época de las vacaciones todos los episodios, todas las sensaciones de las vacaciones pasadas parecen apretarse en una bola, una pelota cada vez más grande, pero siempre agridulce y siempre prometedora.
Una colega jueza me dice que han terminado por ir de vacaciones siempre al mismo lugar, una casa familiar que han ido arreglando y adaptando a su gusto. Me dice: cuando al entrar en la casa veo en el perchero colgado el viejo jersey del invierno ya sé que han comenzado las vacaciones. Me divierte recordar esta frase y esta escena.
En cambio, otro colega – socio de un despacho importante- viaja con su familia cada vez a un lugar distinto. Pero él sigue siendo el mismo: “El primer día de vacaciones me levanto a la misma hora de siempre y lo primero, consultar la agenda…”.
Hay gustos para todo, dice el saber popular.
En las vacaciones de mi propia familia he aprendido a ir disfrutando de las vivencias de los distintos miembros: las impaciencias infantiles, las inquietudes adolescentes, las persistentes preocupaciones adultas; y también de las peculiares costumbres de los abuelos cuando nos visitan. Algún tiempo me queda para pensar en mí. Al sol, en una confortable butaca de mimbre, con una copa de vino cerca.
Estas son, ahora, mis vacaciones. Siempre bienvenidas.