Este año voy a pasar mis vacaciones a Buenos Aires, ciudad con nombre evocador que conozco bien por razones familiares. Es la primera vez que voy en verano –su invierno- y será un contraste pasar en doce horas de los cuarenta grados de temperatura de  Madrid, a los menos de diez grados que hará en la capital argentina. Será la única novedad que me deparará este viaje. Todo lo demás ya no me sorprenderá.

Sé que me espera la hospitalidad de los argentinos, gente cálida y cercana donde las haya. Que te encandilan con su verbo fácil. Que transmiten vitalidad y optimismo con generosidad.

Me tocará dar un beso -no dos como en España- cuando vuelva a ver a una persona conocida, o alguien que me acaben de presentar, sea hombre o mujer.

Comeré la mejor carne de vaca del mundo, hecha en parrilla. También empanadas -el otro plato nacional- que son del tamaño de nuestras empanadillas pero están cocinadas al horno, preparadas con otra masa, y rellenas la mayor parte de las veces de carne. Sin olvidar la herencia gastronómica recibida de los inmigrantes italianos, en platos como las pizzas, hechas con una masa más gruesa que la italiana, pero igual de ricas, y en postres como el helado, que no hay que dejar de probar. Y de sobremesa, el mate, bebida argentina por excelencia. Es una hierba -yerba dicen ellos- que se toman en una taza específica para ello, llamado mate, y con una especie de pajita metálica, llamada bombilla. Beberlo acompañado es todo un ritual, porque se utiliza un único recipiente y una única pajita que se van pasando de mano en mano, sin que a nadie se le ocurra limpiarla antes de llevársela a la boca.

Y pasearé por sus calles, algunas de ellas anchísimas como la Avenida de Mayo, otras estrechas como la calle Florida, regada de tiendas turísticas, donde se pueden comprar artículos de cuero, y cambiar euros en pesos argentinos. Y por sus barrios, Palermo -una especie de Malasaña porteño-, la Recoleta -zona noble de la capital, su barrio de Salamanca-, por el barrio de San Telmo -famoso por sus tiendas de antigüedades-, o por el barrio de la Boca, pintoresco donde los haya, donde residieron los primeros emigrantes italianos.

En fin, se lo que me espera, y por eso estoy deseando ir.